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Resistencia Otoñal
Bienvenid@s a la sección de reflexiones, un lugar de pequeños encuentros que me gusta compartir para que puedan ser encontrados por muchas personas más.

Ha llegado el otoño (¡maravilla!), la estación del año que nos va avisando de que va viniendo el frío poco a poco con dulzura y rodeado de colores para que sea un tránsito soportable, haciendo que la caída de hojas y la vuelta al abrigo no nos afecte en demasía. Vamos pasando de manera sencilla del sol brillante de verano al cielo oscuro de invierno.

Ilustración: Cécile Hud' (Hudrisier)
Observo que el otoño parece, en general, llenarnos de nostalgia, pero a mí, en cambio, me llena de alegría. Es una alegría serena porque me identifico con él, con sus colores cambiantes, con su capacidad de abrazar tanta transformación. Debe ser que su trabajo y el mío son muy parecidos: un puente de cambio, una oportunidad de mirar hacia dentro y observar cuántos colores podemos llegar a tener, cuántas hojas con las que nos habíamos identificado no solo pueden y tienen que marchar, sino que su ida da espacio para descanso y nuevos nacimientos. Igual que el verano y el invierno son dos polos que se equilibran, el otoño y la primavera tienen también esa naturaleza equilibrada y profunda. Por eso no podría hablar de la importancia del otoño sin mencionar la primavera, con quien también comparto trabajo.
Pero hoy hablamos del otoño y sus maravillosos aprendizajes, comenzando por el que más fuerza tiene:
El otoño y la caída de sus hojas nos enseñan el poder de la rendición, de dejar (y dejarse) ir. Como dice Joan Garriga: “Rendirse es el acto más humano de todos, porque nos enseña los límites, aquello que se nos posibilita y aquello que se nos niega; aquello que no es posible a pesar del amor y aquello que es posible más allá del amor.”
Rendirse suele verse como un acto de cobardía o debilidad, ajeno a rebeldes, fuertes y resistentes. Sin embargo, la sutileza de rendirse tiene mucho más que ver con lo que hacen las hojas en otoño: soltar, desapegarse, aceptar que hay ciclos y momentos; nos obliga a observar más allá de nuestros propios deseos, sueños o apegos y poder vislumbrar que no estamos solos en el mundo, que a nuestro lado hay personas y situaciones que tienen que ver con nosotros y nuestro proceso, sí, pero que precisamente por eso debemos darles espacio de crecimiento, flexibilidad y movimiento. Jorge Bucay me enseñó hace tiempo que el amor tiene que ver con dar espacio al otro a ser quien es a la vez que nos damos espacio a nosotros mismos a ser quienes somos. Y, a medida que uno va a aprendiendo (y desaprendiendo muchas cosas), puede ir entendiendo al otro, a aquel que más cerca tiene (o lejos, la distancia es muy relativa) y generar esos espacios de autocrecimiento y crecimiento ajeno. Podríamos decir que la proximidad al otro, entonces, es fundamental para aprender a dar y construir espacios de comprensión y respeto: espacios de amor. El otoño, a su manera, da espacio a los árboles para comenzar un descanso, que en el fondo podría ser una interiorización, una fuerza sutil que parece ser rendirse por frío y hambre, pero tiene mucho más que ver con fluir en un ciclo, con entender las propias capacidades y prepararse para tiempos invernales, necesarios y profundos. Es decir, con su resistencia. Incluso si solo estuvieran preparándose para dormir, el otoño habla de una forma de resistencia que rompe con el concepto que solemos tener de ella:
¿Resistir dejando ir?
¿Resistir rindiéndose?
Como tan bien expone Josep Maria Esquirol (filósofo, ensayista y catedrático de filosofía de la Universidad de Barcelona) en su ensayo La resistencia íntima: <<El resistente no anhela el dominio, ni la colonización, ni el poder. Quiere, ante todo, no perderse a sí mismo pero, de una manera muy especial, servir a los demás. Esto no debe confundirse con la protesta fácil y tópica; la resistencia suele ser discreta. Resistir no es sólo propio de anacoretas y ermitaños. Existir es, en parte, resistir.>> Esquirol explica con fuerza y sutileza al mismo tiempo, que la memoria y la imaginación (como trabajo de las ideas) son <<las mejores armas del resistente… Y el sueño, sí; no como alucinación>>, pues <<la imaginación y el sueño son fuerza de cambio de vida, mientras que la alucinación lleva a la parálisis, porque supone una degradación de la percepción que consiste en tomar por real aquello que no lo es. (…) Una consigna urgente para la resistencia de hoy es la de no dejarse llevar por la confusión>>. Pero, para ello, es fundamental entender dónde estamos, dónde nos movemos, cuál es nuestra realidad.
Este ejercicio que se describe en una línea es uno de los movimientos intelectuales y emocionales más difíciles para el ser humano. La cantidad de información que nos rodea es como una maraña de hilos invisibles que tira de nosotros, nos influye, nos mueve hacia fuera, cuando la única manera de entender dónde estamos es encontrar nuestro lugar, nuestro Yo y nuestro hoy, y esto lo mueven nuestros hilos internos: mucho más silenciosos y sutiles que los externos. Una de las herramientas más básicas y necesarias para entender los hilos internos, externos y sus posibilidades y movimientos, es aprender a gestionar los límites. Los límites son aquellas barreras vitales que no suelen gustarnos demasiado, pues significan encontrarnos de frente con el “No”, obligándonos a renunciar al plan individual sobre nuestra propia vida. Y esto nos tensa, pues renunciar a nuestro plan es renunciar al control, dejándonos supuestamente desamparados y perdidos. Pero la realidad es que los límites nos ayudan a aprender, a crecer, a frenar y a respetar. Por eso, la aceptación y gestión de los límites (así como saber trascenderlos de manera sana), la resistencia, la renuncia y la rendición van cogidas de la mano.
Cada ser humano dependiendo de sus vivencias y gestión emocional y mental identifica y siente los límites de una manera, y es imprescindible que entienda cómo lo hace, pues vivir en sociedad implica respetar normas, reglas e indicaciones que no siempre tenemos por qué entender (y es muy sano y necesario ponerlo en duda y buscar otras formas de hacer las cosas), pero que deben ser cumplidas para que la libertad y el crecimiento social puedan seguir avanzando. Chocar contra ellas no es el camino, pues ninguna guerra es camino, ni tampoco verdadera resistencia. Mientras que la mente y corazón infantil tiende a quererlo todo (y a quererlo ya), la mente y corazón adulto entiende que la vida está hecha de decisiones que conllevan un peaje, unas consecuencias, y esto implica, a su vez, renunciar al resto de caminos que no se han elegido. El adulto no está en la reacción, sino en la resistencia de la consecución de prioridades y decisiones; el niño, en cambio, no entiende por qué no se cumple todo aquello que quiere: no entiende dónde están los límites ni para qué se han puesto, pero los necesita, como los necesitamos todos. Es necesario mirar más allá de nosotros mismos, de nuestro niño, y crecer en el adulto consecuente y comprensivo, pues, citando de nuevo a Esquirol: <<no hay resistencia sin modestia y generosidad>>, que solo pueden nacer de nuestra apertura, crecimiento, humildad y comprensión. Comprender cómo nos relacionamos con los límites de nuestro camino es fundamental para contener y gestionar la convivencia emocional y social, como ocurre en situaciones como la actual.
“Si se trata de brillar, que sea siempre para alumbrar”, (Canción “Para aprender”, de Álvaro Fraile)
Estamos viviendo un momento en el que los límites se notan de una manera mucho más fuerte y nos afectan a muchos más niveles de lo que estábamos acostumbrados. La resistencia se alza como bandera, lo que debería hacernos replantearnos qué entendemos como resistencia, qué valores implica. La mascarilla, el distanciamiento, el pre-confinamiento, la necesidad de cuidado, de respeto, de paciencia… En fin, cuesta. Se hace difícil incluso mirar a los demás a los ojos, pues hay tantas cosas de las que estar pendientes, tanto miedo reinante y tanta rebeldía que uno a veces ya no se acuerda de que tiene delante a un ser humano, también lidiando con el miedo, la incertidumbre y los límites. Por eso la proximidad con el otro parece haberse perdido. ¿Qué clase de resistencia olvida al otro? La resistencia íntima de la que nos habla Esquirol es <<íntima no en cuanto interior, sino en cuanto próxima, y también en cuanto central, nuclear, del sí mismo. La resistencia íntima se parece a la eléctrica en que, paradójicamente, al resistir el paso de la corriente, da luz y calor a los que están cerca; una luz que ilumina el propio camino y que sirve de candil para los demás guiando sin deslumbrar. No una luz que revela los valores supremos en el cielo de la verdad, ni el sentido oculto del mundo, sino una luz de camino, que protegiéndonos de la dura noche nos alumbra, nos hace asequibles las cosas cercanas y nos conforta.>>
Es necesario el respeto hacia cada persona y sus reacciones, pues tienen que ver con un proceso muy complejo de cada uno. Sin embargo, hay momentos en los que es esencial y urgente conectar con el sentimiento de Unidad, de trabajo en equipo, de colaboración y respeto, de resistencia íntima y discreta hacia medidas y límites que surgen de una situación delicada, difícil y muy desconocida. Observo que están saliendo a relucir viejas (y no tan viejas) heridas, se entrelazan todos los diferentes campos del ser humano, se aprovecha para volcar frustraciones de diversa índole, se ataca al otro con toda la fuerza que se encuentra, se pierde toda filosofía de la proximidad… Se reclama, pero no se ofrece nada a cambio. Tiempos, cuando menos, extraños. Pero reales y fuertes, que nos afectan a todos porque formamos parte de la Madre Tierra y de sus cambios y su propia resistencia… porque hemos tomado tanto, que ahora que nos toca dar nos sentimos robados. Pero tomar y dar es lo mismo, y en el adulto está también la necesidad de comprensión de la responsabilidad de lo que somos, todos: como especie y como sociedad. Como seres vivos cuya actividad y crecimiento han generado muchísimas consecuencias en Gaia, las cuales perdemos de vista cuando los límites de esas mismas acciones vuelven a nosotros para “estropear” nuestro día a día. No parecemos capaces de resistir las consecuencias de nuestros actos, cuando ese aprendizaje es fundamental tanto a nivel de sociedad (para tomar conciencia y empezar a cambiar) como a nivel profundo de cada uno.
Os invito a que ampliemos nuestro campo de visión, soltemos y dejemos ir la creencia de que el mundo gira en torno a nosotros mismos, esa visión antropocéntrica que radica en el individualismo de pensar que todo ocurre para hacernos daño y para frustrarnos, y no como consecuencia de nuestros actos (como individuos, sociedad y especie). La realidad (más allá de poder analizar la situación actual de manera detallada) es que hay momentos difíciles en la vida, y estos son inevitables. Pero, en vez de luchar contra ellos, es más constructivo y sano buscar la paz y la flexibilidad de dejar ir nuestra auto-importancia, dando paso a espacios donde tengamos en cuenta a aquellos que nos rodean, donde podamos mirar más allá de nosotros mismos y abrazar todo lo que está ocurriendo, todas sus dimensiones, consecuencias, posibles causas, tensiones reinantes, para aprender a rendirnos ante el hecho de que solo podemos hacer lo que está de nuestra mano. Y en ese movimiento, uno elije si seguir volcando lucha, guerra y grito, o comprensión, paciencia y calma. Entender los límites no es encerrarse, es hacernos conscientes de que nada es solo una cosa, todo lo que existe es multidimensional, sistémico, complejo. Por eso no hay solo una solución, una sola opinión válida, un solo acontecimiento que dé respuesta a tantas preguntas. Hay un océano completo, olas y olas que van rompiendo en nuestras orillas. Quizá es momento de ser más otoñales, retirarnos al bosque, dando un respiro a la orilla. Quizá es momento de ver en el otro a un hermano, un igual, digno de respetar. Quizá debamos aprender la maravilla de la verdadera resistencia íntima.

Ilustración: Margarita Kukhtina
<<El resistente se resiste al dominio y a la victoria del egoísmo, a la indiferencia, al imperio de la actualidad y a la ceguera del destino, a la retórica sin palabra, al absurdo, al mal y a la injusticia. Quien va a el desierto no es un desertor. Quien se convierte en ermitaño, a pesar de que vive en el yermo, no es en modo alguno estéril. La vida puede ser perfectamente profunda desde la marginalidad, porque lo que cuenta es poder ser inicio: que cada cual sea inicio. Sólo si no se cede ni un paso es posible mantener la esperanza en el sentido y abrir, en medio de la enorme confusión y de las múltiples lenificaciones, el claro de la paz.>>
J. M. Esquirol, La resistencia íntima
Nos deseo días aprendiendo de la resistencia íntima de las hojas de otoño, días de no ceder ni un paso ante la confusión y la guerra, sino dirigirnos en cada gesto hacia una convivencia pacífica, que nazca de la inteligencia del corazón y de la ciencia de la Paz (paciencia). El otoño ha llegado para abrazarnos en estos tiempos de cambios y límites, de apertura a la comprensión y la compasión... Tiempos de aprender a ser inicio de Vida, cada día.
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Bibliografía de interés:
- Inteligencia emocional, Daniel Golleman (Kairós, 1996)
- Cuentos para pensar, Jorge Bucay (RBA Coleccionables, 2006)
- El buen amor en la pareja: cuando uno y uno suman mucho más que dos, Joan Garriga (Editorial Booket, 2014)
- La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de la proximidad Josep Maria Esquirol (Acantilado 2015)- Premio Nacional de Ensayo 2016.
- Psicología transpersonal en la vida cotidiana, Enrique Martínez Lozano (Editorial Desclée de Brouwer, colección Serendipity Maior, 2020)
Artículos de interés
- Os invito a leer este breve artículo “Sobre las creencias y la bondad”: ¿Vivimos bondad hacia los demás? De Enrique Martínez Lozano:
“No importan las creencias –meras construcciones mentales, sin otro valor, en el mejor de los casos, que el de ser “mapas” ilustradores del camino–, que terminarán cayendo antes o después, sino el amor y la bondad, es decir, aquellas actitudes y acciones que van en coherencia con la verdad de lo que somos; que nacen de la certeza de nuestra unidad que me hace ver al otro como no-otro de mí.”
- Entrevista a Josep Maria Esquirol en XLSemanal: "El Ser humano es realmente humano cuando alcanza la madurez".