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Los Cuatro Reyes
Actualizado: 21 ago 2022
Bienvenid@s a la sección de cuentacuentos: aquí encontrarás cuentos con voz y también por escrito. Espero que acompañen tu camino como acompañan el mío... que puedas crecer en ellos como hace mi corazón.
Te los contamos con voz y mucho amor en YouTube y en iVoox El Bosque Despierto

Ilustración: Kento IIDA
Existió una vez un reino lejano dividido entre cuatro grandes reyes que eran hermanos.
El primer Rey era fuerte, rápido, valiente e impulsivo. En su reino el reloj siempre estaba adelantado, todo el mundo hacía las cosas sin pensarlas, aunque seguían una intuición profunda que los guiaba más allá de la razón. Todos los días el Rey encontraba algún conflicto que resolver, alguna ocasión de sacar la espada y luchar y vencer. Volvía glorioso y radiante. Parecía que nunca necesitaba descansar. Sin embargo, el reino quedaba algo descuidado a ratos, pues este Rey no notaba cuántos de los heridos quedaban a su paso, ya que él arrasaba a tan gran velocidad, que no llegaba a ver las consecuencias de lo que hacía. Los heridos se acumulaban, pero nadie tenía tiempo de pensar en ellos.
El segundo Rey que reinaba sobre los territorios colindantes era un gran sabio que vivía entre libros. Sabía todo aquello que el reino necesitaba: siempre podía dar consejos, enseñar grandes misterios, debatir sobre las diferentes necesidades del pueblo. A él acudían todos para ser guiados, encontrando siempre palabras majestuosas y soluciones elevadas. Sin embargo, a veces el Rey se olvidaba de que era la hora de la comida, de la cena o, incluso, de dormir. Y podía vagar varios días algo perdido en sus propios pensamientos, dejando el reino descuidado, sin querer.
El tercer Rey de esta historia, en cambio, nunca olvidaba una comida. Trabajaba duro cada día, nunca dejaba nada pendiente si podía resolverlo en ese momento. Era bondadoso y servicial, su pueblo no pasaba hambre ni miseria. Este Rey trabajaba la madera, el metal, la arcilla… Con sus manos fue creando talleres y, era tal su organización y efectividad, que esta parte del reino era conocida por su gran labor de fabricar objetos de todas las clases. Uno puede pensar que así podían compartirlo todo con los territorios vecinos, o venderlo incluso. Sin embargo, el Rey los iba a acumulando en grandes habitaciones de su palacio. El simple hecho de pensar que algo podría hacer que todo aquello desapareciese, angustiaba al Rey, quien a veces desatendía el reino por ir a contar y recontar los objetos, uno tras otro, habitación tras habitación. Y se iba asegurando de que todos seguían en su lugar correspondiente, que nada había cambiado.
El último Rey de este reino era conocido por su amabilidad, dulzura, cercanía y cuidado. Consideraba al pueblo su familia, de la que cuidaba y de la que se preocupaba mucho, creando unos territorios donde reinaba la paz, las grandes reuniones, la empatía y la búsqueda espiritual profunda. Sus gentes creaban grandes familias donde todos se cuidaban unos a otros y donde las emociones estaban siempre a flor de piel. Sin embargo, a veces el Rey se olvidaba de quién era, preocupado por resolver todos los males de esa gran familia. Y así, descuidaba al pueblo y el bien común, pues intentaba salvar a cada una de las personas, aunque ellas no se lo hubieran pedido.
Cuentan que estos Reyes hermanos se veían una vez al año para hablar sobre su reino. Y ese día se creaba una gran fiesta en la que todos los pueblos se unían. El primer Rey y su pueblo llevaban la alegría; el segundo Rey y su pueblo llevaban cuentos, música y poesía. El tercer Rey y su pueblo llevaban grandes manjares y todos los utensilios necesarios para compartir la comida. Y el cuarto Rey y su pueblo se encargaban de que nadie faltara y de que todos y cada uno de los habitantes hubiera recibido su invitación y se sintiera bienvenido a su llegada a la gran fiesta.
El primer Rey, entonces, abrazaba a sus hermanos y, por un instante, no miraba el reloj. El segundo Rey, entonces, disfrutaba del abrazo y buscaba cuatro copas de vino para brindar en silencio, pues las palabras se quedaban cortas en este encuentro. El tercer Rey, entonces, le daba sus cuatro mejores copas para que pudiera servir el vino, y perdía todo miedo a que las copas pudieran estropearse o perderse. Y el cuarto Rey, entonces, sonreía y proponía un brindis, acordándose de quién era y sintiéndose agradecido por todo aquello que juntos, repartiendo trabajo y emociones, habían logrado.
Era la mayor fiesta del Reino, pues se reunían sus cuatro territorios, como si se juntaran el fuego, el aire, la tierra y el agua. Pero, sobre todo, ese día del año no reinaba un Rey, ni dos, ni tres, ni cuatro.
Solo reinaba el Equilibrio.
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Desde YouTube: Cuentacuentos El Bosque Despierto
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Ilustración: Anita Jeram
Tejón lector (voz y palabras): María
Rato de cuento (tiempo del audio): 6 minutos